Se habla de que una persona sufre eritrofobia cuando al estar en público y notar el rubor, el enrojecimiento de la cara, se agobia e incluso se bloquea. Su malestar es tan intenso que tiende a evitar todo tipo de situaciones sociales que pudieran potenciar esta sensación.

La sociedad actúa a menudo  como una lupa que agranda seguridades pero también las vergüenzas,  los sentimientos de torpeza, el miedo a parecer inculto, a parecer cobarde… Nuestras estrategias ante las relaciones sociales determinarán si estar con gente es por sí mismo agradable o bloqueante. En principio,  las estrategias que generan alivio a corto plazo como la de evitar lo que genera miedo o inseguridad, funcionará, pero enseguida producirá  de rebote más miedo y sensación de peligro.

 

Eritrofobia: estrategias sociales a corto plazo

Reaccionamos constantemente ante los estímulos que percibimos fuera y dentro de nosotros mismos: sonreímos, nos entristecemos, lloramos, sudamos o nos sonrojamos… A priori ninguna de esas respuestas es por sí sola buena o mala, dependerá especialmente de la interpretación que hagamos de ellas. Eritrofobia.

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Al relacionarnos con quienes nos rodean aparecen con mucha frecuencia pensamientos que tienen como finalidad analizar comportamientos, caras, opiniones, amenazas… A menudo las interpretaciones que haremos de lo que el otro puede pensar de nosotros en base a esos datos objetivos, no corresponderá con la opinión del otro. De hecho, cuanta más inseguridad, o cuanta más necesidad sintamos de agradar a una persona, más probable será que creamos que la valoración es negativa. Esto es así porque nos centramos en detectar las carencias, lo que falta para así mejorarlo, pero como posible efecto secundario lo que puede producir es que distorsionemos nuestra autopercepción y acabemos creyendo que sólo somos lo que nos falta, no el conjunto de lo bueno y lo malo.

Ponernos rojos es consecuencia de la afluencia de sangre a los capilares sanguíneos. Hay zonas de la cara más vascularizadas que otras y por ello en la zona de la cara y el cuello es más frecuente que se aprecie esa afluencia de sangre. Tanto los músculos de la cara, la dilatación de las pupilas, como la afluencia de sangre a algunas zonas del cuerpo, informan sobre cómo nos sentimos y ayudan a los demás a relacionarse con nosotros teniendo más datos. Ocurre que algunas personas sobre reaccionan dando respuestas más llamativas, no siempre como consecuencia de las emociones que tienen. Estas personas tienen más probabilidad de generar una eritrofobia.

 

Interpretación de las emociones

Las personas con eritrofobia tienen la esperanza de que alejándose de la situación no se sentirán tan mal, aunque a menudo el efecto suele ser el contrario: acaban viendo constantemente amenazas y sintiendo que por sí mismos no podrán superarlo. Habría que especificar que no todas las personas tenemos la misma capacidad para ruborizarnos. Depende de la palidez de la piel, de la capacidad natural para enviar sangre a la zona de la cara o incluso a brazos y cuerpo (a menudo hay personas que tienen tendencia a generar “ronchones” rojizos ante subidas de temperatura, activación emocional…)

Es curioso que cuando se produce el bloqueo por sentir que la sangre fluye a la cara, por la eritrofobia, a menudo  la consecuencia no sea para tanto. Al ser consciente de la valoración de los demás, surge la vergüenza y la inseguridad.  La percepción que tiene una persona con eritrobobia de su propia rojez, es como si llevara un cartel con infomración sobre sí misma. Es un cartel que informa sobre algo malo. Estar rojo habla de la inseguridad que siente. Parece que el hecho de sonrojarse es una manera de decir “valgo menos que tú”, Pero ¿realmente esto es así? A lo mejor al poder reconocer que se sonroja, también le está diciendo al otro: “sí soy sensible”, “no siempre el rubor implica inseguridad”. De este modo puede cuestionar la creencia errónea de que es menos valioso por dejar que en su rostro se perciban cambios de ánimo. En cualquier caso, para que uno mismo pueda sentir que no es para tanto, será necesario enfrentarse gradualmente a situaciones que ayuden a interiorizar la verdadera importancia de este tipo de opiniones. Sólo entonces se relativizarán las opiniones y la calma se volverá más frecuente cuando nos relacionemos con otras personas.

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