En la niñez nos suelen entretener contándonos cuentos, relatos cortos y dulces, que tienen la función de divertirnos y enseñarnos valores esenciales de la vida. Cuando nos hablan de cuentos infantiles, inmediatamente pensamos en las películas de Disney. Dibujos maravillosos, llenos de luz, brillo y dulzura.
El origen de los cuentos infantiles es bien distinto. En un principio, no fueron creados para los más pequeños, sino para la población en general. Debemos tener en cuenta, que su datación nos lleva a épocas muy remotas. Por ejemplo, el cuento de “La Cenicienta” se considera uno de los más antiguos, y se comenzaría a tener noticias de él en el siglo XI antes de Cristo.
Estos pequeños cuentos, en un inicio fueron creados para transmitir una enseñanza o mensaje a una población en su mayoría analfabeta. Uno de los principales objetivos era que perdurasen con el paso de los años, que el boca a oreja no se parase, para conseguirlo era necesario que el contenido de las narraciones impactasen. Por esta razón, los cuentos primitivos tenían una gran carga de violencia, e incluso erótica en algunos casos.
Fue en el siglo XVI, cuando el académico francés Charles Perrault decidió recopilar todos estos relatos populares para que no se perdieran. Aunque los suavizó ligeramente, siguió manteniendo al mensaje original, y para que éste quedase bien claro, cada cuento decidió finalizarlo con una moraleja.
En el siglo XIX, fue cuando se convirtieron en narraciones exclusivamente para niños. Los Grimm realizaron nuevas versiones, más dulces, aunque no exentas de su dosis de violencia. Los malvados, debían ser siempre cruelmente castigados. Una manera de enseñar al pequeño lo que le esperaría si se comportaba mal.
El simbolismo en los cuentos infantiles
La mayoría de estos relatos, son cuentos arquetípicos. El narrador utiliza una serie de medios para dar a conocer el mensaje que le interesa. Es decir, importa más la finalidad del cuento que los personajes. Sí es cierto, que estas figuras debían tener una serie de características determinadas. Por ejemplo, no podían ser en ningún caso ambivalentes, o eran muy malos o muy buenos, o muy cobardes o muy valientes.
El objetivo es que el niño, o el público al que estuviese destinado en su momento, pudiese identificarse claramente con ellos. Y normalmente lo hacían con aquel que mostraba mejores cualidades. Uno de los personajes típicos es el temido ogro. Aquel que está dispuesto a comernos y quitarnos todo lo que amamos. Muchos lo han relacionado con los húngaros y los temibles saqueos que protagonizaron por Europa en la Edad Media. De hecho se piensa, que la palabra ogro se formar a partir de hongrois (húngaro en francés). Simboliza el temor a lo poderoso y desconocido.
Los bosques suelen representar la vida y las pruebas que hay en ella
El bosque es uno de los lugares que más aparecen en estos cuentos. Suele representar la vida, y las pruebas a las que hay que enfrentarse en ella para salir adelante. Por eso, se suele hablar de él como de un lugar lleno de peligros y tenebroso. También están las hadas, seres mágicos que ayudan a aquellos que siguen el camino recto, y tienen un buen comportamiento a pesar de las vicisitudes del camino.
La bruja, es otro de los personajes arquetípicos. Simboliza las dificultades de la vida, aquellos problemas a los que deberemos enfrentarnos. La bruja es malvada, y quiere acabar con el personaje bueno del cuento, el cual termina matándola gracias a su astucia o la ayuda de un aliado bondadoso.
El lobo simboliza la tentación, el peligro disfrazado de buenas intenciones
Otra figura que aparece mucho en los cuentos es el lobo. Simboliza la tentación, el peligro disfrazado de buenas intenciones, aquello que se debe evitar para no tener problemas en el futuro. En el cuento de “Caperucita Roja”, el lobo representa la debilidad de la carne. En un inicio era un relato destinado principalmente a las jovencitas que iniciaban la pubertad. La caperuza de color rojo significa el inicio del periodo menstrual, intentaban avisar a las muchachas del peligro de acercarse a hombres zalameros que deseaban acercarse a ellas mediante engaños, y convencerlas para tener encuentros sexuales.
Como veis, es poco apropiado para niños. Con el tiempo, el cuento y el mensaje se fue transformando, para terminar siendo una advertencia para aquellas niñas que desobedecían a sus madres, se distraían de sus quehaceres y hablaban con extraños (entramos más en el ámbito de “no aceptes caramelos de nadie”, “no creas a ninguna persona desconocida que diga venir de parte de tus padres”…)
Con las versiones de los hermanos Grimm, se hizo mayor hincapié en el terrible castigo que siempre recibirían las malas acciones, y las bondades que obtendrían las buenas, además de remarcar más el papel sumiso de la mujer y el activo del hombre.
Cuentos infantiles: una herramienta terapéutica
El psicólogo infantil Bruno Bettelheim, se interesó por el mundo de los cuentos infantiles, y su influencia en el desarrollo intelectual y emocional de los niños. En 1977 publicó el libro “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, donde explicaba minuciosamente la importancia de estos relatos y lo que significan. Según Bettelheim, los cuentos ayudan al niño a comprender mejor la vida, las relaciones con los demás, y a descubrir que existirán obstáculos a los que es mejor enfrentar.
Según Bettelheim, para que la narración atraiga la atención del pequeño y cumpla su función, deben estar cubiertos de magia, diversión, y personajes con los que pueda sentirse identificado. Es importante dar rienda suelta a su imaginación, estimular su inteligencia y no explicarles en su totalidad el significado del cuento. Hay que dejar que ellos mismos saquen sus conclusiones.
Hoy en día, los psicólogos suelen utilizar cuentos como terapia con los más pequeños. Lógicamente, no es posible usar las mismas estrategias que se practican con los adultos, por lo que fue necesario buscar otro tipo de herramientas más adecuadas. Con ellos, se puede conseguir enseñar al niño cómo enfrentarse con situaciones cotidianas, reducir su ansiedad, aumentar recursos sociales, y ponerse en el lugar del otro con mayor facilidad.