La culpa tiene aspectos muy positivos pero también puede convertirse en un gran problema. Por un lado nos ayuda favorecer cambios y a adaptarnos mejor a ciertas normas y contextos sociales. Cuando nos sentimos culpables es porque hemos asumido unos valores y de alguna forma hemos roto con ellos. Puede ser bien por un error, bien por un descuido, bien por no haber calibrado adecuadamente el alcance de una determinada conducta o decisión. Cuanto más rígidos sean nuestros esquemas morales, más fácil es que aflore la culpa, y puede ser en dos direcciones: hacía uno mismo, o hacia los demás.
Por otro lado, cuando la culpa es algo excesivamente frecuente produce la sensación constante de estar haciendo mal las cosas, de que siempre falta mucho por mejorar. Esto no es nada bueno para la autoestima.
Para combatir el exceso de culpa es necesario replantearnos en algún grado nuestras normas. Por ejemplo, si estando en paro cuando salimos a tomar algo nos sentimos culpables, será porque nuestra norma nos dice que no hay que gastar nada hasta no tener ingresos estables de nuevo. O, si estando de exámenes uno sale a dar una vuelta y no la disfruta porque se siente culpable a pesar de haber estudiado todo el día, será porque nuestra norma nos dice que hay que aprovechar al máximo el tiempo disponible para estudiar o repasar.
Es positivo tener un sistema de normas y de valores pero también es bueno sabe ser flexible. Si nos imponemos normas muy rígidas es probable que nos sintamos presionados, y que si en algún momento no las respetamos nos sintamos culpables a pesar de que lo que hayamos hecho no sea tan grave ni tenga una consecuencia negativa.