Una de las necesidades más importantes para el ser humano es la de relacionarse. Nos gusta saber las últimas noticias sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, y estar en contacto con las personas que queremos o nos parecen interesantes. Para ello preguntamos a nuestros amigos cuando los vemos, leemos los periódicos, consultamos las redes sociales, y entre otros programas utilizamos el Whatsapp para mensajearnos a lo largo del día. Esta herramienta para teléfonos móviles facilita nuestra comunicación, pero como cualquier otro modo de relación puede potenciar también algunas características que  pueden ser perjudiciales.

Cuando queremos avisar de que llegamos tarde, de que necesitamos una lista de cosas para comprar, de que hemos aprobado un examen… los mensajes se vuelven muy útiles, y cumplen su misión de mantenernos en contacto y hacer participes a los demás de nuestras vivencias cotidianas. Aun así, decía, el whatsapp puede tener su “lado oscuro”. Hablamos de mensajería instantánea, y a veces nos puede hacer suponer que el otro responderá inmediatamente a lo que contamos o preguntamos. Si la necesidad o el deseo de recibir una respuesta o un comentario es muy grande, de repente el Whatsapp se convierte en una fuente de preocupación y agobio.

 

Los peligros de la inmediatez en la comunicación

 

El programa, dentro de sus funciones nos permite saber si se ha recibido el mensaje y la última vez en la que se ha conectado el destinatario, además cada usuario puede hacer descripciones en el apartado “estado” para que sus contactos puedan leer pensamientos, o describir lugares… y por supuesto poner una foto. Es una información muy interactiva y útil, pero también puede potenciar los deseos de control de algunas persona de manera desbordante. Veamos algunos ejemplos: tras una ruptura de pareja, o en el proceso de inicio de una relación, es frecuente querer saber del otro.

El Whatsapp  permite ver qué hace, si está conectado, cuándo mandó el último mensaje. La aplicación nos da información en directo y nos puede satisfacer nuestra curiosidad, pero también puede exacerbar nuestras ansias por saber, potenciando conductas obsesivas que a menudo aportan más bloqueo que calma. Entre amigos surgen con frecuencia enfrentamientos cuando no se ha incluido a alguien en grupos de mensajes o no se ha respondido a una de las preguntas en el momento en el que hacía falta.

Las novias y novios discuten a menudo al ver que el mensaje de buenas noches fue dos horas antes de haberse acostado el otro (o haberse conectado por última vez), también es frecuente que surja el conflicto cuando se descubre que el otro se conecta frecuentemente en los mismos momentos en los que se conecta la chica o el chico de quien se sospecha puede haber un tonteo u otra relación. Por tanto el Whatsapp se puede convertir en un instrumento de control bastante obsesivo  generador de nuevos malestares.

 

psicologo por whatsapp

 

El Whatsapp y la ansiedad por la necesidad de control

 

Está bien querer saber del otro, pero hay que tener cuidado. Es fácil rebasar ciertos límites. Si consultamos los nuevos mensajes cada vez que llegan o cada pocos minutos,  los mensajes ya no facilitarán la comunicación con otras personas sino que nos limitarán e incluso nos agobiarán. Una buena norma puede ser atender primero a quienes se dirigen a nosotros en persona, después a las llamadas, después a los mensajes instantáneos y por último a los correos. Cada uno en su espacio elegido para eso. No en función de cuándo lleguen, sino en el orden en el que previamente hemos asignando. De otro modo nos volvemos dependientes y potenciamos la impaciencia, que como comenté en el artículo pasado tiene sus pros y muchos contras.

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