La superstición nace desde la idea de que determinados comportamientos o acontecimientos de carácter negativo y con consecuencias desagradables pueden predecirse o evitarse.
Normalmente el beneficio psicológico más relevante de dejarse llevar por la superstición es el de tener una sensación de control sobre situaciones en las que aparentemente no lo tenemos. Nos produce una sensación de alivio. Si soy muy aficionado a un equipo y decido ponerme “la camiseta de la buena suerte” para ir al campo, consigo con esta conducta encontrar relaciones de causa/efecto, y quizás descubra que “gracias” a ello el equipo ganó.
La superstición actúa como mecanismo de defensa para hacer frente a diferentes situaciones que podemos temer y nos generan malestar, funciona como una “conducta de seguridad”.
En un principio, el ritual de superstición nos ayuda a sentirnos más tranquilos e incluso nos puede dar fuerzas para enfrentarnos a un objetivo. El problema sin embargo llega cuando este tipo de conductas son las únicas con las que contemos para enfrentarnos a las dificultades o problemas. Además, si abusamos de este tipo de conductas de seguridad, llegará un momento en que éstos pueden acabar condicionando nuestra conducta diaria, obligándonos a llevar a cabo las supersticiones, no con un fin concreto de superar un examen por ejemplo, sino por la simple idea de que si no lo hacemos puede pasar algo terrible y catastrófico. Es por esto que si se le da mucho valor a las supersticiones más que conseguir la tranquilidad y calma deseadas, pueden acabar generando mayor sensación de malestar y alerta.