Cuando se habla de bullying o de acoso escolar suele haber dos posiciones erróneas y extremas: la de quienes lo normalizan como algo propio de “niños” que no hay que dar importancia, y la de quienes detectan acoso en casi cada conflicto.

Si bien es cierto que en la infancia aún no se ha establecido correctamente la empatía, son tendentes a pensar en sus propias necesidades. No se piensa mucho en las consecuencias a medio plazo, ni se tienen habilidades para resolver los conflictos de manera asertiva, los niños sí pueden distinguir cuándo molestar a otro no es un juego y daña a quien lo recibe. Y es tarea de los adultos irles enseñando a percibir también las emociones y necesidades ajenas, a ceder y a cuidar aunque suponga un pequeño esfuerzo.

 

Bullying y los modelos en casa

Desde casa, y desde le colegio, los adultos de referencia ofrecen modelos de relaciones, de resolución de conflictos, de cómo tomarse la vida… y los niños muchas veces reproducen a su manera estas actitudes, tanto para enfrentarse a otros, como para defenderse.

Muchas veces los padres de los niños que sufren acoso escolar tardan en enterarse porque los propios niños están avergonzados de ser víctimas y no creen que merezcan apoyo o temen ser reprochados por lo que les hacen. También, en ocasiones, los padres minimizan lo ocurrido haciéndoles sentir que son débiles y no deberían quejarse.

Las víctimas de acoso se sienten doblemente mal: por el trato recibido y por considerar que no pueden salir de ello. Sienten que no se les cree, no se les defiende ni interesan (idea reforzada por la respuesta pasiva de los observadores del acoso, sin intervenir) y pueden acabar creyendo que merecen ser tratados así. Se  acaban resignando, atacando a otros para descargar su frustración, o haciéndose daño a ellos mismos, incluso intentando suicidarse. La ansiedad y la depresión infantil son frecuentes y a largo plazo arrastran consecuencias en su autoestima, trastornos alimentarios, trastornos de ansiedad, depresiones, falta de habilidades sociales, etc.

Por otro lado, los padres de los niños que acosan muchas veces no admiten que sus hijos hagan daño a otros y minimizan los efectos, banalizan la situación o culpan a la víctima. Es duro pensar que tu hijo haga bullying, y se sienten avergonzados por si han influido de alguna manera mediante su educación o falta de ella.

 

bullying

 

El acosador acosado

En muchas ocasiones los acosadores son a su vez víctimas de burlas o maltrato, o víctimas indirectas de faltas de respeto que aprenden. Pueden actuar por falta de atención y cariño, como un intento de no sentirse vulnerables; muchas veces simplemente han normalizado tratos despectivos y de abuso de poder observados en su familia o entorno.

Es necesario enseñar a resolver los conflictos de manera asertiva, respetando los derechos de los demás, pedir sin sentirse débiles y sin necesidad de disfrazarlo de agresión, reconocer las emociones propias y ajenas y valorar y respetar las diferencias.

Desde el colegio estas actitudes también se enseñan, además desde el contexto social y practicando con ejercicios y corrigiendo en directo cuando se observan situaciones de acoso. Es importante la labor de observación privilegiada que se tiene en el colegio, ofreciendo también una rápida respuesta cuando se detecte acoso.

Es importante explicar a los niños qué conductas son acoso para que no se minimicen o ignoren, para que tanto las víctimas como los observadores actúen desde el inicio y se prevengan daños mayores. Dar estrategias de resolución de conflictos, asertividad y reestructuración de algunas ideas erróneas que impiden intervenir, son clave para frenar estas conductas con consecuencias tan dañinas tanto en la infancia como años después.

El apoyo de la familia es fundamental para superar el acoso, y a veces será necesario completar con apoyo profesional para reducir el impacto psicológico que supone.

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