El conjunto de experiencias, emociones, y gestión de situaciones, suelen producir una pauta común de respuesta ante esta situación. Podemos llamarle Síndrome de Erasmus.

La oportunidad de viajar y completar los estudios en otro país es realmente atractiva para muchos chicos y chicas de entre 20 a 24 años de media. Durante el año académico se tiene la posibilidad de hablar en otro idioma, conocer a gente con culturas diferentes a la propia, se dispone de libertad mayor de la que normalmente se tiene cuando se vive con los padres…

Vivir estas experiencias es a menudo motivo de ilusión y diversión, aunque hasta que se llega al destino y uno se instala en la nueva casa, se acude los primeros días a clase y se empieza a romper el hielo con los nuevos compañeros, no se suele conseguir realmente una sensación de calma y de ubicación. Con frecuencia la anticipación sobre si seré capaz de defenderme en otro idioma, de organizarme o de integrarme precipita una infinidad de sentimientos de inquietud, que en algunos casos raya el bloqueo. Síndrome erasmus

¿Seré capaz de defenderme en otro idioma?

Una vez pasan las primeras semanas de adaptación, lo habitual es que se genere un vínculo muy estrecho e intenso especialmente con estudiantes llegados de otras partes del mundo, casi siempre becados por el mismo programa europeo. Se organizan fiestas, salidas, se crean grupos de estudio. Las adversidades o los problemas que se han de resolver son comunes, y de no serlo igualmente se hace piña para apoyar al compañero. En poco tiempo se viven experiencias que generan sentimientos de cercanía y adhesión al grupo. Entre medias, se echa de menos lo que se ha dejado en el país de origen: amigos, familia, pareja… Una nueva razón para que estos momentos sean aún más intensos, digamos que se genera cierta “sensibilidad” en el joven que le hace necesitar aun más el apoyo del grupo.

 

síndrome erasmus

 

Sentimientos intensos, miedos y distancia con la familia

 

Dependiendo de lo rápida que sea la adaptación, se necesitan menos a los padres o novios/as. Si no se consigue crear un grupo de gente, o la vergüenza o las inseguridades no permiten adaptarse, lo normal es que se tire mucho del teléfono, del Skype o cualquier otro modo de comunicación con el fin de conseguir alivio y entendimiento por parte de la familia. En estos casos será importante escuchar, aceptar el miedo del estudiante para animarle posteriormente a apuntarse a grupos de estudio, actividades deportivas, fiestas de bienvenida…

Dentro de este síndrome Erasmus, hay que incluir también el después. Frecuentemente tras tantas experiencias intensas vividas, cuando el estudiante regresa a su origen, se produce una gran dificultad para adaptarse a una “vida mucho más mediocre”. De nuevo vuelven a haber menos libertades, menos tiempo compartido haciendo cosas diferentes, menos planes, misma cultura de antes, imposibilidad de ver a los amigos creados durante el año, etc. Todo esto hace que se recurra de nuevo al Skype, al messenger, a Facebook, pero esta vez para contactar con los compañeros, planificar nuevas quedadas y seguir sintiendo que se pertenece a un grupo de gente que merece la pena y que no se debería dejar de ver. Obviamente todo esto produce tristeza, desilusión, y deseo de volver al pasado y sobre todo al sitio en el que ha estado (aunque los amigos ya no estén allí, y realmente no se puedan repetir las mismas condiciones que se dieron durante el año).

 

Un amor de verano

Se produce una sensación parecida a la que genera un amor de verano: intensidad de los sentimientos, deseo de que no acabe nunca, certeza de que se va acabando, deseo de vivir el momento mientras dure. De hecho, saber que tiene un final es lo que al principio generaba sensación de alivio, y después es lo que hace que sea todo tan apetecible.

Síndrome Erasmus. No habría que olvidar hacer mención a los cambios anímicos y su consecuencia sobre la relación con la familia en el momento del regreso. Suelen darse más enfrentamientos por pequeñas o grandes cosas. El estudiante suele trasmitir intolerancia, incomodidad con las normas o la supervisión de la familia sobre gastos, horarios o planes. El chico o chica, de vuelta a casa se suele sentir algo incomprendido y reacciona a menudo por medio de gritos, soplidos y pasa menos tiempo con los padres. Mientras, los padres se encuentran desilusionados porque esperaban con ansia el regreso. Nada que no se resuelva con algo de paciencia. Es bueno que los padres no se precipiten a la hora de hacer que todo vuelva a lo que había antes. Todo lleva su tiempo, adaptarse a lo de siempre también. Dejemos que vivan sus etapas, quizás después sea todo incluso mejor que antes.

 

Adaptarse a la vuelta puede llevar su tiempo

 

Por último, decir que este Síndrome Erasmus agrupa patrones frecuentes entre los becados, pero existen infinidad de maneras de afrontar esta misma situación. Si eres estudiante y vas a vivir, o has vivido esta experiencia, felicidades seguro que estarás encantado.

 

sindrome erasmus

 

Consecuencias psicológicas del Erasmus

Para los jóvenes, una beca Erasmus es siempre un reto. Hay muchas emociones en juego. Por una parte está la alegría que supone el salir del propio país a estudiar fuera y conocer una nueva cultura. El Erasmus se percibe como algo con carácter de aventura por parte del universitario o estudiante de formación profesional que, no nos engañemos, tiene una vida más aburrida de lo que parece.

Estudiar fuera –aunque sea en un país con temperaturas bajo cero- es una cálida promesa de libertad para el estudiante universitario o de formación profesional que, casi siempre, vive con sus padres o comparte piso con otros estudiantes. Por otro lado, el arrancarse del hogar familiar o de la segunda familia en la que pueden haberse convertido los compañeros de piso puede implicar sentimientos contradictorios: nostalgia ante lo que se deja atrás e inquietud, curiosidad y alegría por lo que ha de venir en nuestro lugar de destino.

Es probable que los primeros días, en los que todavía no se ha adaptado uno al ritmo de las clases y a la cultura de relaciones sociales que allí impere el estudiante Erasmus se sienta solo e inadaptado. Es en ese momento cuando más puede echar de menos a la familia, amigos, compañeros de piso, ciudad, país y en muchas ocasiones la gastronomía.

En muchos casos, las emociones negativas, paralizantes, se presentan antes de que hayamos salido de nuestro país. “¿Seré capaz de manejarme hablando otro idioma?” “¿Hablaré inglés o noruego? No sé ninguno de los dos”. “¿Tendré problemas para hacer amigos?”. Así, pueden surgir muchas preguntas parecidas que invaden al futuro Erasmus de angustia e inquietud y que muchas veces le llevan al bloqueo. Es una de las manifestaciones de lo que se conoce como “Síndrome Erasmus”.

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