Llegados a una determinada edad y en función del país en el que se resida, las personas podemos jubilarnos y recibir una pensión mensual hasta que nos muramos. Implica una razonable tranquilidad y la sensación de que ya hemos trabajado mucho en la vida como para disfrutar de un privilegio como ese.

Sentirnos cuidados y protegidos es una sensación bastante agradable, que en función de la personalidad de cada uno puede ser placentera o incómoda. Aquellos que están deseando ser cuidados y no tener problemas gracias a eso, pueden desear estar jubilados, incluso cuando no es el momento o cuando aún no se ha hecho suficiente para conseguirlo. En mi trabajo diario trabajo con personas que desearían estar jubiladas pero no sólo de un trabajo sino también de las responsabilidades y de los malestares propios de la vida.

¿Nos podemos jubilar de las responsabilidades?

Hay sensaciones, conflictos, incertidumbres o malestares que no van a desaparecer estando jubilados o no, se tengan 40 años ó 70. Está bien disfrutar de lo merecido, está genial tener un sueldo vitalicio, pero para vivir no podemos dejar de hacer tareas. Una actitud en la que bajemos los brazos ante las responsabilidades, solo va a hacer que uno se convierta en un jubilado prematuro.

 

 

Los conflictos, las incertidumbres o los malestares no van a desaparecer se tengan 40 ó 70 años

Las tareas y situaciones que tenemos que afrontar pueden ser muy diferentes: Cambios en la tareas diarias de nuestro trabajo, cambios en el lugar de trabajo, o en el sistema  informático de la empresa… Estas y otras muchas pueden generar pereza, inseguridad o miedos. Ante ello resulta difícil asumir cambios y fácil desear alejarse de lo que produce ese malestar. En esos casos es frecuente procrastinar (raro palabro), pero muy acertado para definir lo que puede ocurrir). La necesidad de no estar mal y poder dejar para otro día el malestar ayuda a posponer las responsabilidades, cronificando el malestar y la sensación de impotencia ante el día a día.

Cuáles son los síntomas que nos pueden informar si padecemos el síndrome del jubilado prematuro:

  • Dejar que los hijos u otros familiares sean los que se encarguen de resolver temas pendientes: pedir cita en el médico, la compra…
  • No buscar propios planes de ocio. Esperar a que alguien proponga planes para los momentos de ocio, o que la casualidad favorezca un plan diferente.
  • Repetir las mismas tareas y rutinas cada día, evitando la novedad y los cambios.
  • No comprar ropa o complementos nuevos a lo largo de periodos superiores a 6 meses.
  • Sensación de miedo hacia el futuro en relación a la economía. Lo normal es que vaya asociado a recortar los gastos en general, siendo especialmente tacaño en la inversión del dinero. A veces se potencia la necesidad de ahorrar, hasta extremos innecesarios.
  • En algunos casos se asocia también a la tendencia al aislamiento y la evitación de las relaciones sociales.

 

Soluciones para el síndrome del jubilado prematuro

En otra ocasión escribía sobre un truco para ser feliz  y sobre la resiliencia que viene muy al caso para dejar de padecer el síndrome del jubilado prematuro.

  • Conseguir que las situaciones a las que uno se enfrenta sean un reto, algo deseado, o por lo menos aceptado. Enfrentarse a una tarea y estar deseando alejarse todo el tiempo, no hace que la percepción sea de reto. En todo caso se generará desesperanza y deseo de acabar lo antes posible. Esto multiplica el desgaste y dificulta la percepción de satisfacción cuando se alcanzan las metas. Así que es bueno preguntarse, ¿..y yo qué quiero?, ¿quiero afrontar lo que hay? Si la respuesta es “no”, o “quiero que cambien los demás”, lo mejor será dejar lo antes posible la situación si no queremos desgastarnos en exceso.
  • Capacidad para crear expectativas realistas. No siempre somos capaces de asumir lo que podemos obtener en una situación, o somos capaces de aceptar las dificultades a las que nos vamos a enfrentar. Ser capaces de entender lo que tenemos y ajustar las expectativas a lo que conseguiremos, nos hará más fuertes ante el ansiedad y la tristeza.
  • Optimismo, en comparación al pesimismo. Podemos decir que el pesimista suele ver más los aspectos negativos porque se enfoca en lo que falta, en lo que ha de mejorarse. De este modo tiene la sensación de que una vez resueltos todos los peros, podrá disfrutar de lo que desea. Siente que habrá alcanzado su meta.
    La tendencia del pesimista es la de destinar mucha energía a encontrar las soluciones que necesita. Puede creer que si no se presiona y no está atento a lo negativo, no conseguirá su fin y fracasará. Por tanto el pesimismo tiene partes buenas pero ayuda poco a la resiliencia de cada uno. Perseguir el éxito desde el pesimismo desgasta. En cambio hacerlo desde el optimismo implica en parte saber adaptar las expectativas, y ser capaz de hacer renuncias para conseguir el máximo dentro de unos márgenes realistas.
  • Niveles de exigencia y capacidad para hacer renuncias. Este punto está muy ligado a los dos anteriores. Es muy bueno ser exigente o autoexigente, pero si no sabemos escuchar nuestras sensaciones de desgaste y hacer renuncias a tiempo, cuando nos queramos dar cuenta nos habremos quemado más de lo necesario. Quizás para entonces sea tarde y deberemos pagar con excesiva ansiedad o tristeza, por no haber renunciado a algo previamente. De hecho a menudo si no hacemos las renuncias a tiempo, pasará lo que tenga que pasar, pero no será usted quien lo haya decidido. Cabría añadir podemos renunciar a no hacer determinadas cosas, a posponer nuestro planes, pero también a veces hay que renunciar al aprecio de otros por decir algo incómodo, a no acabar una tarea de manera perfecta…

 

jubilado prematuro

 

  • Darle la importancia correcta a las cosas. Sea realista, valore las consecuencias que se derivan de lo que a diario vive. Hay consecuencias inevitables, hay que aprender a vivir con ellas sin perseguir que cambien. No ser capaz de calibrar adecuadamente la importancia de lo que ocurre alrededor nuestro, puede potenciar enormemente la vivencia de malestar. Si nos enfocamos en el daño que nos producen los diferentes acontecimientos nuestra resiliencia se irá al traste.
  • Capacidad para afrontar las críticas de los demás cuando se toman decisiones, o se defienden necesidades. Cuanto mejor afrontemos las opiniones negativas, menos desgaste sentiremos. Los que manejan bien este tipo de situaciones son más resilientes.
  • Locus de control. Utilizamos este concepto para definir dónde se halla la percepción de control de la persona sobre las situaciones del día a día. Si es externo el control no sentiremos que podemos resolver, o influir de una forma clara en la soluciones que deseamos a nuestros problemas o preocupaciones. Sin embargo, cuando es interno conseguimos seguridad, disminuimos la percepción de incertidumbre y amenaza. Potenciamos la autoestima y la resiliencia. Potenciar el locus de control interno nos hace mas resistentes ante la ansiedad y la tristeza.
  • Apoyos sociales  y actividades de ocio. La capacidad individual para buscar y mantener relaciones sociales, unida a la capacidad para desarrollar actividades de ocio que ilusionen y estimulen, son potenciadoras de la resiliencia. Nos permiten hacer de contrapeso ante otras situaciones de ansiedad o tristeza que nos desgastan.

 

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