Los conflictos en las relaciones sociales son a menudo una fuente de malestar. Aunque no se produzcan conflictos abiertos con otras personas, la posibilidad de poder crearlos, la amenaza de que puedan producirse influyen en la manera en la que nos relacionamos, en la autoestima, y en definitiva en la calidad de vida que tenemos.

Los conflictos son inevitables, o por lo menos deberían serlo. Convivir con otras personas en una casa, en el trabajo o con amigos lleva asociado de forma inherente tener que negociar necesidades. Quien evita hacerlo normalmente lo consigue en la medida en la que se convence de que sus necesidades no son tan importantes. Consigue darse argumentos para posponer una petición que quería hacer, a menudo adaptándose a la necesidad de otro. Casi siempre esto precipitará un desgaste interior en el que se calla, o un conflicto desbordado cuando no se puede callar más ante algo que le molestó especialmente.

Saber generar conflictos y saber convivir con cierto grado de malestar como consecuencia de ellos, es una habilidad psicológica que favorece la salud mental. Ser capaz de reconocer los derechos y necesidades, y expresarlos favorece que los demás conozcan nuestros límites y sean más capaces de respetarlos o de adelantarse a lo que nos hace sentir bien. Potencia que haya tensiones, pero también potencia un mayor conocimiento entre las personas de lo que gusta y de lo que no.

 

Tener conflictos con frecuencia

El extremo opuesto, tener conflictos muy frecuentemente, sería tan malo como no tenerlos nunca. Cuando esto ocurre suele ser porque se confunde tener derecho a expresar algo, con ideas del tipo: “los demás están a obligados a actuar en función de lo que yo digo que es correcto o justo”. Sé que expresado de este modo es algo aparentemente exagerado, pero es este pensamiento un responsable frecuente de los sentimientos de enfado que precipitan el conflicto y la necesidad de imponer una norma a otras personas.

El enfado útil es aquel que aparece cuando se desea conseguir algo aunque al otro pueda no parecerle adecuado. Para conseguir enfadarse sin bloqueos emocionales, hay que plantear una necesidad o un malestar dejando que el otro pueda sentirse mal. No hay que tener una lista enorme de argumentos que den derecho a querer algo y a la a poder producir un malestar en el otro. Es verdad que cuando toda la razón está de parte de uno, hace que el conflicto sea más llevadero, pero cuando se espera demasiado tiempo a explicar lo que uno siente o necesita, la forma de trasmitirlo será más desbordada y producirá más malestar en ambas partes de lo necesario.

 

enfadarme

 

Conflicto saludable

Veamos un ejemplo de conflicto saludable: en una oficina en la que se usa aire acondicionado para regular la temperatura. Supongamos que en unas zonas hace calor y en otras frío porque las salidas de aire están mal distribuidas. Si los que tienen calor apagan contantemente el aire en invierno, los otros pasan frío. Una opción es ponerse el abrigo en la oficina, otra es plantear de manera firme la necesidad de encender la calefacción durante más tiempo.

Callarse probablemente acabe en un enfado a destiempo, hablarlo puede generar conflicto y sensación de exclusión durante algún tiempo. Aceptar el malestar del otro pero defender igualmente la necesidad de uno, es lo que realmente potencia la autoestima y a la largo el respeto. No lo dude, pruebe a generar un conflicto sin tener la seguridad que otorga saberse con la razón. Seguro que es soportable y ayuda a sentirse mejor

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