Cuando hablamos de depresión infantil o de que un niño está deprimido, muchas personas pueden creer que esto es una exageración: ¿cómo va a deprimirse un niño si lo tienen todo?, ¡pero si no tienen preocupaciones!, ¡ya me gustaría a mí estar en su lugar!, etc. La idea de que los niños son y deben ser felices está muy extendida entre la sabiduría popular. Lamentablemente los niños también sufren y aunque deberían ser felices en muchas ocasiones no lo son. La depresión infantil existe con una incidencia de un 8-10% en la población infantil.

El desarrollo cognitivo a esa temprana edad no permite al niño encontrar una explicación lógica a todo lo que ocurre a su alrededor, lo que le genera un estado de gran inseguridad. Cuando un niño se encuentra inseguro, se empieza a preocupar. Los niños están llenos de preocupaciones y no sólo por problemas del mundo real, sino también por los de su mundo imaginario.

La forma de educar

Si pensamos un poco nos daremos cuenta que en ocasiones nuestra forma de educar dota al niño de numerosas responsabilidades: estudiar, ser bueno, hacer su habitación, comer bien, etc. Esto es positivo para el niño, para que vaya aprendiendo, pero puede ser un arma de doble filo. Si nos pasamos con nuestra exigencia puede que el niño no llegue a los objetivos, o incluso que desarrolle un sentido extremadamente crítico consigo mismo. De esta forma aparecería lo que llamamos la indefensión aprendida que como su nombre indica es un estado de indefensión que uno va aprendiendo ante sucesivos fracasos: “haga lo que haga no lo voy a conseguir”.

Esta indefensión aprendida es un caldo de cultivo extraordinario para que aparezcan todo tipo de sentimientos negativos en el niño: miedo, inseguridad y tristeza. Si este estado se mantiene el que aparezca una depresión es cuestión de tiempo.

 

 

Síntomas depresión infantil

Los síntomas de una depresión infantil son numerosos y pueden ir desde un estado de tristeza y falta de interés por las cosas hasta un estado de irritabilidad, desde la hipoactividad hasta la hiperactividad; falta de concentración, indecisión, pérdida de memoria, baja autoestima, descenso del rendimiento, aislamiento, protestas, rabietas, consumo de drogas, pérdida de peso, enuresis, dolores múltiples, pesadillas, cambios en los hábitos del sueño y de la alimentación, etc.

Por supuesto tampoco debemos olvidar que en la depresión infantil también hay como en los adultos una serie de factores de riesgo como son: enfermedades, muerte de familiares, cambios, separaciones, divorcio, fracaso escolar y con amigos, etc. También influye la propia biología del niño, su carácter y su percepción de las cosas.

Es importante tener en cuenta que en numerosas ocasiones un estado depresivo puede estar asociado a un trastorno de ansiedad o a problemas de conducta, por esto es de gran importancia realizar un buen diagnóstico que nos determine las causas del trastorno para así poner las soluciones necesarias al mismo.

En el tratamiento de la depresión infantil se realizan diferentes intervenciones: a nivel individual con el niño, a nivel familiar dando pautas a los padres y a nivel escolar en colaboración con los profesores.

Una depresión en un niño no sólo le roba un tiempo de su infancia, un tiempo de “ser feliz”, sino que también puede influir de forma muy negativa a su desarrollo. Si usted tiene sospechas de la existencia de rasgos depresivos obsérvelo y si ve que no desaparecen no dude en pedir consejo profesional, en estos casos la labor de prevención es muy importante.

 

¿Cómo darnos cuenta de lo que pasa?

Realmente no es tan sencillo darse cuenta de que nuestro hijo está deprimido, ya que además de la dificultad, ya comentada, del niño para identificar y expresar sus emociones, se une que los síntomas, pensamientos y sentimientos negativos (“todo me sale mal”, “soy feo”, “nadie me quiere” “me siento solo”, tristeza, apatía…), no son perceptibles. Así que será su comportamiento lo que más nos pueda ayudar a identificarla: cambios de humor, de apetito, problemas de sueño, llanto, comportamientos agresivos, actividades solitarias, frecuentes quejas por dolores de cabeza o estómago, pocas ganas de ir al colegio o realizar actividades agradables…

¿Por qué se puede deprimir mi hijo?

Como en toda patología no hay una única causa, y no hay causas universales, es decir, niños/as bajo las mismas circunstancias pueden o no deprimirse. Así pues, es el ambiente unido a los rasgos de personalidad del niño, lo que puede desencadenar un estado de disforia, de tristeza, una depresión.

Entre los rasgos que hacen al niño/a más vulnerable está la dependencia emocional, niños y niñas con un apego demasiado intenso hacia sus progenitores, niños que se muestran inseguros y con miedos, niños con poco control de sus emociones, con reacciones desmesuradas (fuerte llanto ante la frustración, ante una crítica…). La tendencia a la introversión, a comunicar poco, a tener pocos amigos y amigas, también puede hacerles más vulnerables.

Pero, como hemos comentado, estas características sólo aumentan la probabilidad de que se desencadene una depresión, en sí mismos no son determinantes.

 

Causas

Deben confluir con precipitantes ambientales como cambios importantes en el entorno. Estos pueden ser externos, como un cambio de casa o de escuela, como emocionales los causados por una separación de los padres, pérdida de alguno de sus progenitores o cambio de profesores… También  las dificultades y fracaso escolar, los conflictos sociales, el acoso o rechazo por parte del grupo de iguales, también pueden se importantes factores desencadenantes.

Las causas varían en función de la edad del niño, en el caso de los adolescentes, por ejemplo, son los cambios en el aspecto físico como engordar y el acné juvenil o los fracasos sentimentales y las dificultades de relación con la familia, aspectos que cobran relevancia frente a otros más propios de la infancia.

Para una adecuada evaluación de la depresión infantil y un tratamiento eficaz se hace necesario identificar con precisión las causas de la misma, ya que en ocasiones podemos confundir causa con efecto. Por ejemplo, el fracaso escolar puede causar, en el púber, síntomas depresivos por sentirse fracasado, poco hábil, inferior…; pero también puede ser consecuencia de estos, dadas las dificultades de concentración, la apatía o la desmotivación.

depresión infantil

 

¿Cómo les puedo ayudar?

Si realmente considero la posibilidad de que mi hijo esté deprimido lo mejor es que acuda a un profesional que pueda evaluarlo con precisión para dar un diágnostico y tratamiento adecuado y personalizado.

Pero no por ello debemos sentirnos ajenos al problema. Podemos contribuir con actuaciones que ayuden a mejorar la situación, tales como elogiar y premiar con frecuencia sus pequeños éxitos, aumentar aquellas actividades que pudieran resultarle gratificantes como ir al cine, merendar fuera, invitar a amigos, hacerles su comida preferida… Pasar tiempo con ellos/as escuchándoles, animándoles a dialogar, interesándonos por sus cosas; ayudarles en el área escolar para que se sientan más exitosos; dar cariño, frecuentes muestras de afecto…

Nuestra labor pues, también tiene un peso fundamental, y debemos implicarnos activamente.

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