La fobia a la sangre es muy diferente a otras. Las fobias son miedos que se instalan en las vidas de las personas a pesar de que la razón dice que no debería ser para tanto. Una fobia podría definirse por tanto como un miedo irracional. Normalmente son consecuencia de experiencias traumáticas, o de haber percibido un peligro y haber generado soluciones que en realidad no resuelven la amenaza. Las fobias pueden desarrollarse hacia algo concreto o puede formar parte de un conjunto mayor de miedos. Las primeras las llamamos fobias simples o específicas, y a las segundas fobias complejas.

 

Las fobias simples suelen clasificarse en diferentes tipos:

En este enlace puede consultar un listado de fobias frecuentes que requieren nuestra ayuda en consulta.

 

tratamiento fobia sangre

 

Las fobias complejas son dos:

  • Agorafobia es un temor a no poder escapar de una situación o contexto en donde se puedan disparar las sensaciones de ansiedad y se pueda precipitar un ataque de pánico. La persona evita por lo general situaciones que le generan ansiedad como por ejemplo: estar solo, ascensores, baños cerrados, estar en lugares con mucha gente como restaurantes o supermercados, ir al campo, o incluso viajar en transporte público. La agorafobia puede estar asociada también al colon irritable.
  • Fobia social o trastorno de ansiedad social: la persona que la padece siente ansiedad intensa en situaciones sociales. La persona que tiene una fobia social, tiene miedo a hablar en público por vergüenza o miedo a ser humillado en público. La persona puede evitar la realización de las actividades cotidianas, como salir a comer o reunirse con amigos.

 

Fobias tipo sangre-inyecciones-daño

El miedo a la sangre, a las inyecciones o a recibir algún tipo de daño genera un tipo de fobias bastante particular en cuanto a su curso, origen, e incluso el modo en el que ha de resolverse. Para empezar, todas las fobias generan respuestas de alerta y amenaza, y como consecuencia aumentan el ritmo cardíaco, la presión arterial, la tensión muscular, se multiplica la capacidad para analizar y se tiende a buscar gran cantidad de opciones para resolver las amenazas.

En el caso concreto de la fobia a la sangre, la respuesta del organismo es muy diferente: Baja la presión arterial, disminuye el ritmo cardiaco, e incluso se pierde el tono muscular. ¿Cómo es esto posible? ¿El organismo se vuelve loco ante este tipo de amenaza?, ¿Estamos ante una respuesta desadaptada de la naturaleza? Todo lo contrario.

 

Fobia a la sangre, ¿Estamos ante una respuesta desadaptada de la naturaleza?

 

El miedo a la sangre está asociado a un mecanismo muy depurado para garantizar la supervivencia. Curiosamente, no todas las personas lo pueden activar. Si alguien se está desangrando debido a una herida, al activar la alarma, el organismo manda la orden de llevar todo el flujo sanguíneo hacia las vísceras, limitando su circulación por las extremidades y zonas periféricas.  Es un intento extremo por evitar la muerte. Lo que busca es ganar tiempo para que pueda llegar una ayuda que tapone la herida y deje de escaparse la sangre del organismo. Mientras la sangre circula por el interior la pérdida de sangre es mucho más baja. Estaremos de acuerdo en que es una medida extrema, pero que evolutivamente ha permitido a nuestros antepasados sobrevivir a peligros, y ataques.

La realidad es que hoy en día no suele hacer falta este mecanismo en sociedades como la nuestra, pero el hecho es que el organismo no entiende este cambio. Lo único que quiere es garantizarse que está protegido. Así pues, cuando el cerebro ve el peligro de muerte por desangrado, baja la tensión arterial y disminuye la afluencia de la sangre unos instantes hacia el propio cerebro. El efecto es el desmayo.

 

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Sugestión evitación y daño

Variables como la sugestionabilidad, la percepción de peligro que se activa en cada persona ante diferentes situaciones, la tendencia a la evitación, o la sensación de vulnerabilidad, puede favorecer que este mecanismo de defensa se active antes de tiempo. De manera innecesaria podemos llegar a desmayarnos cuando nos sometemos a una extracción de sangre, o cuando vemos agujas o jeringuillas, o cuando sentimos que podemos recibir un daño extremo.  El desmayo es consecuencia de la orden que recibe el cuerpo de desconectarse.

Las personas que son sensibles a la amenaza de desangrado, y que además temen poder desmayarse, generan un miedo más complejo. Generan una anticipación continuada en contextos concretos a poder desmayarse, incluso pueden potenciar una agorafobia y dejar de hacer muchas cosas en la vida para evitar esa posibilidad. Es frecuente que algunas de las personas que desarrollan esta fobia, puedan llegar a desmayarse por otras razones como sería un golpe de calor. Cuanto menos control tenga la persona sobre las variables que lo precipiten, más sensación de amenaza y bloqueo pueden acabar desarrollando.

Una persona puede desmayarse ante la visión de sangre y no generar un miedo irracional, ni al desmayo ni a la sangre. Digamos que aunque el cuerpo dé una respuesta de desconexión ante la sangre, no todo el mundo lo percibe como algo traumático y necesario de evitar. En esos caso no hablaríamos de fobia a la sangre.

 

Cómo se trata la fobia a la sangre

Como venimos comentando, la forma de expresarse esta fobia tiene diferencias significativas con respecto a otras fobias. Por esta razón el tratamiento de éstas es también algo diferente.

En esta ocasión no han de aplicarse técnicas de desactivación como son la relajación o la parada de pensamiento. Hay que aplicar técnicas que frenen la desconexión, el desmayo, la bajada de tensión… Quizás la principal técnica para usar ante la posibilidad de desmayo es “la maniobra de cuello de tortuga” o la obstrucción del retorno venoso en la zona del cuello. Lo ilustraré con un video, pero aun así lo explicaré también de palabra. Al cortar la circulación de la sangre de manera temporal se evita el desmayo. Al presionar unos segundos (15 ó 20 segundos) con los dedos corazón y pulgar sobre la zona de las carótidas, podemos conseguir que aunque se haya dado la orden de desmayo, la sangre siga en el cerebro sin bajar su presión.

Normalmente las personas que ya han experimentado esta sensación previamente, identifican bien las señales de desmayo inminente. De no ser así, basta con repetir a intervalos esta maniobra para que se prevenga el desmayo. Lo que comentaba del cuello de tortuga hace referencia a una maniobra consistente en subir los hombros, meter el cuello entre ellos e intentar ensancharlo dentro. Este gesto, poco elegante a la vista de un observador, produce el mismo efecto sobre el retorno sanguíneo, evitando también el posible desmayo.

Ser capaz de controlar el desmayo involuntario es una parte importante del tratamiento de la fobia a la sangre

 

Ser capaz de controlar el desmayo involuntario es una parte importante del tratamiento de la fobia a la sangre, permite gestionar el miedo al desmayo y sus posibles consecuencias. Además de esto hay trabajar sobre los contextos que se han ido asociando al desmayo. Hay que ayudar a darse cuenta de que un hospital, por ejemplo, no tiene que producir por sí solo ningún efecto negativo. Es necesario que haya una exposición gradual y mantenida para que sea posible resolverlo de manera definitiva.

Hay que decir que volviendo al matiz de que hay personas que se desmayan y no generan una fobia a la sangre, en este caso las maniobras que he descrito pueden ser también muy útiles para ellas.

 

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¿A que otros miedos se asocia la fobia a la sangre?

Es importante tener en cuenta que en muchas ocasiones se puede tener miedos, pero suele ser más la evitación de los propios miedos los que tienden a potenciar más su intensidad.

Por sí sola la fobia a la sangre no siempre cursa con otros problemas, en cualquier caso es frecuente que alguien que se siente bloqueado por esta fobia, genere miedos anticipatorios hacia otras situaciones o ideas: miedo a las enfermedades, a la opinión negativa de otras personas, accidentes…

 

La clave para que aparezcan los miedos está en que nuestro bienestar provenga de distanciarnos de lo que tememos

 

Dentro de las actitudes que pueden prevenir la aparición de fobias está la de afrontar hasta qué punto lo que uno teme tiene las consecuencias que uno cree. La clave para que aparezcan los miedos está en que nuestro bienestar provenga de distanciarnos de lo que tememos. De ser así será difícil aprender que lo que nos asusta es afrontable.

Desde la educación, enseñar a un niño a comprobar si algo debe ser temido: piscina, perros, oscuridad… hará que luego, en la edad adulta sea más sencillo enfrentarse a otros miedos: la muerte, las alturas… Hacer que el niño compruebe por la experiencia, de manera graduada, qué pasa cuando se queda en la habitación a oscuras, o qué pasa si toca el fondo de la piscina, por ejemplo, le ayudará a sentir que lo que le rodea no debe ser temido en exceso.

Los miedos de los padres, la búsqueda de garantías de que no le va a pasar nada al niño, cuando se tornan extremas, dificultará tremendamente reducir los miedos en el futuro.

 

 

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